¿Me preguntas si debes enviarme mis libros? Te pido por Dios que me liberes de ellos. Ya no quiero que me guíen, que me exciten, que me estimulen: aquí me basta mi corazón. (…) Porque tú no conoces nada más desigual, ni más variable que mi corazón. Amigo mío: ¿necesitaré decírtelo, a ti que has sufrido más de una vez viéndome pasar de la tristeza a la alegría más alborotadora, y de una dulce melancolía a la pasión más violenta? Trato a este pobre corazón como a un niño enfermo, le concedo cuanto deseo tenga. Pero no se lo cuentes a nadie, hay gente que lo tomaría a mal.
— El joven Wherther, Goethe.
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