Somos tan vulnerables emocionalmente que, muchas veces, cuando cortamos nos alejamos de los aspectos negativos que tenía la relación, y sufrimos creyendo que perdimos lo mejor que podíamos tener a nuestro lado. No nos damos cuenta de que quizás esa decisión fue la más lúcida que pudimos tener.
Intentamos sostener lo insostenible, ir en contramano, porque a pesar de que la dirección está marcada seguimos probando y buscando otra oportunidad. Nos damos otra chance aunque sepamos que no hay nada que hacer. A veces continuamos algo por inercia o para no reconocer que no nos hace felices, y hasta fingimos que la vida sexual se mantiene intacta y que ese área no está contaminada, hasta buscamos excusas si no gozamos intensamente proclives a enmascarar la realidad, nos volvemos impotentes para tomar una decisión final y seguimos aunque tengamos sensaciones de rechazo. La pregunta es: ¿por qué nos quejamos de todas las experiencias pasadas, y las llevamos a cuesta a modo de mochila? En realidad, son lo mejor que nos pudo pasar. Sin las experiencias pasadas -aunque negativas- no podríamos comparar, ni elegir, ni rechazar las nuevas poco prometedoras.
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